FÁBULA - 3
FÁBULA -3
En la amplia casona, de estilo arquitectónico puramente árabe, una pareja de gatos patrulla por la casa para poner a raya a los ratones, los cuales atienden a los nombres de Alfredo y Regalón. El primero es torpe y confiado, pero obstinado y glotón. Todos los trancazos que se reparten en la casa se los lleva él: raramente percibe el peligro cuando se aproxima, y siempre se ve envuelto en todos los problemas que acontecen a su alrededor. Sin embargo, Regalón, es inteligente, ladino, astuto y marrullero, pero, perseverante, hasta tanto no consigue lo que se propone; aunque para ello tenga que recurrir a las traiciones y argucias más insospechadas. Todas sus travesuras las hace siempre con la mayor astucia para no ser visto y desapareciendo al instante, dejando al frente de sus tropelías al inocente Alfredo, que suele ser quien carga siempre con la responsabilidad de sus travesuras y maldades.
Yo he visto a Regalón hacer una extraña acrobacia para saltar a las barras que penden del techo donde están colgados los embutidos. Pero como yo soy un gorrión, es evidente que no podía decir a nadie quién era el autor de semejante travesura, por lo que las sospechas muchas veces recaían sobre nosotros, y Tino nos acusaba injustamente de pájaros carpinteros y dañinos, pues era impensable que un gato pudiera llegar hasta allí. Por fin, al observar que algunos embutidos iban disminuyendo de tamaño más deprisa de lo que habitualmente se consumía en la casa, y en sus extremos se podían ver claramente marcas de dientes, Tino optó por poner unas trampas de finísimo alambre bien disimuladas. Y cuál no fue su sorpresa cuando, al oír un día maullidos prolongados y angustiosos de un gato, se personó en el lugar de los hechos y comprobó que se trataba de Regalón. Su codicia le impidió ver el peligro y, como ocurre con todo el que es víctima de ella, había caído en la trampa, de la que estaba colgado de una pata a dos palmos del suelo. La verdad es que Regalón no se consoló al ver a Tino, sino que se enfureció aún más cuando lo vio llegar: sabía que no escaparía sin recibir su castigo. Efectivamente, Tino lo liberó de aquel tormento, pero le esperaba tal vez otro peor; pues después de introducirlo en un saco de malla, le ató la boca y lo colgó de un clavo que había en una de las vigas del techo, y allí lo tuvo durante dos días sin comer ni beber. No obstante, cada día lo visitaba varias veces para comprobar su estado, hasta que al segundo día, antes de soltarle, le echó un discurso con elevado tono en el que, con palabras sentenciosas, le dijo lo siguiente:
-Si, amigo, a la vida no hemos venido a vivir del cuento, a descuidar nuestras obligaciones o dejarlas a expensas de los que, por ser más responsables, han de cargar siempre con el muerto. Tu obligación como gato es cazar ratones y para eso te pago con alojamiento y una buena alimentación. Así que, olvídate de los chorizos porque, como le decía D. Quijote a Sancho, la miel no se ha hecho para la boca del asno. No obstante, volverás a ser libre, pero no sin antes dejarte un merecido recuerdo para que no lo olvides el resto de tu vida.
Acto seguido abrió la boca al saco y le introdujo dos chorizos para volverlo a cerrar, mientras le decía:
-Ahí tienes la comida que tanto te gusta, Regalón, sólo que esta vez los chorizos son picantes a rabiar; tanto que, cuando los comas, irán haciendo surcos en tus tragaderas como dos trozos de hierro candente. Esto es: decide entre morir de hambre o convertir tu estómago en un volcán, que es justamente lo que se merece todo aquel que se empeña en adueñarse de algo que no le pertenece. Es de suponer que Regalón anduvo ora muerdo, ora no muerdo los chorizos, porque le perecería sospechoso tanta generosidad en algo que era la causa de su encierro, como también es de suponer que, finalmente, el hambre venció a su voluntad y se decidió a comerlos, posiblemente sin masticar. Pero nada más llegaron los chorizos a su estómago vacío, el volcán se puso en erupción y los maullidos llegaban al cielo. El saco se balanceaba con movimientos tan violentos como un velero en la tempestad, hasta que cayó al suelo desplomado. Fue entonces cuando Tino abrió el saco y lo dejó en libertad y, aunque débil y tambaleante, Regalón salió con la velocidad del rayo topándose en las puertas, mientras Tino lo veía desde la ventana volando camino abajo a buscar el agua que corría permanentemente por la acequia.
Goreño
En la amplia casona, de estilo arquitectónico puramente árabe, una pareja de gatos patrulla por la casa para poner a raya a los ratones, los cuales atienden a los nombres de Alfredo y Regalón. El primero es torpe y confiado, pero obstinado y glotón. Todos los trancazos que se reparten en la casa se los lleva él: raramente percibe el peligro cuando se aproxima, y siempre se ve envuelto en todos los problemas que acontecen a su alrededor. Sin embargo, Regalón, es inteligente, ladino, astuto y marrullero, pero, perseverante, hasta tanto no consigue lo que se propone; aunque para ello tenga que recurrir a las traiciones y argucias más insospechadas. Todas sus travesuras las hace siempre con la mayor astucia para no ser visto y desapareciendo al instante, dejando al frente de sus tropelías al inocente Alfredo, que suele ser quien carga siempre con la responsabilidad de sus travesuras y maldades.
Yo he visto a Regalón hacer una extraña acrobacia para saltar a las barras que penden del techo donde están colgados los embutidos. Pero como yo soy un gorrión, es evidente que no podía decir a nadie quién era el autor de semejante travesura, por lo que las sospechas muchas veces recaían sobre nosotros, y Tino nos acusaba injustamente de pájaros carpinteros y dañinos, pues era impensable que un gato pudiera llegar hasta allí. Por fin, al observar que algunos embutidos iban disminuyendo de tamaño más deprisa de lo que habitualmente se consumía en la casa, y en sus extremos se podían ver claramente marcas de dientes, Tino optó por poner unas trampas de finísimo alambre bien disimuladas. Y cuál no fue su sorpresa cuando, al oír un día maullidos prolongados y angustiosos de un gato, se personó en el lugar de los hechos y comprobó que se trataba de Regalón. Su codicia le impidió ver el peligro y, como ocurre con todo el que es víctima de ella, había caído en la trampa, de la que estaba colgado de una pata a dos palmos del suelo. La verdad es que Regalón no se consoló al ver a Tino, sino que se enfureció aún más cuando lo vio llegar: sabía que no escaparía sin recibir su castigo. Efectivamente, Tino lo liberó de aquel tormento, pero le esperaba tal vez otro peor; pues después de introducirlo en un saco de malla, le ató la boca y lo colgó de un clavo que había en una de las vigas del techo, y allí lo tuvo durante dos días sin comer ni beber. No obstante, cada día lo visitaba varias veces para comprobar su estado, hasta que al segundo día, antes de soltarle, le echó un discurso con elevado tono en el que, con palabras sentenciosas, le dijo lo siguiente:
-Si, amigo, a la vida no hemos venido a vivir del cuento, a descuidar nuestras obligaciones o dejarlas a expensas de los que, por ser más responsables, han de cargar siempre con el muerto. Tu obligación como gato es cazar ratones y para eso te pago con alojamiento y una buena alimentación. Así que, olvídate de los chorizos porque, como le decía D. Quijote a Sancho, la miel no se ha hecho para la boca del asno. No obstante, volverás a ser libre, pero no sin antes dejarte un merecido recuerdo para que no lo olvides el resto de tu vida.
Acto seguido abrió la boca al saco y le introdujo dos chorizos para volverlo a cerrar, mientras le decía:
-Ahí tienes la comida que tanto te gusta, Regalón, sólo que esta vez los chorizos son picantes a rabiar; tanto que, cuando los comas, irán haciendo surcos en tus tragaderas como dos trozos de hierro candente. Esto es: decide entre morir de hambre o convertir tu estómago en un volcán, que es justamente lo que se merece todo aquel que se empeña en adueñarse de algo que no le pertenece. Es de suponer que Regalón anduvo ora muerdo, ora no muerdo los chorizos, porque le perecería sospechoso tanta generosidad en algo que era la causa de su encierro, como también es de suponer que, finalmente, el hambre venció a su voluntad y se decidió a comerlos, posiblemente sin masticar. Pero nada más llegaron los chorizos a su estómago vacío, el volcán se puso en erupción y los maullidos llegaban al cielo. El saco se balanceaba con movimientos tan violentos como un velero en la tempestad, hasta que cayó al suelo desplomado. Fue entonces cuando Tino abrió el saco y lo dejó en libertad y, aunque débil y tambaleante, Regalón salió con la velocidad del rayo topándose en las puertas, mientras Tino lo veía desde la ventana volando camino abajo a buscar el agua que corría permanentemente por la acequia.
Goreño
5 comentarios
Bohemian -
besito
Cerro -
Un abrazo.
Pablo -
jejeje.. buena fábulua, goreño.
Goreño -
Octavia -
(Que me ha gustado , bobo...)